El 25 de mayo, que conmemora la instauración de la Primera Junta de gobierno patrio de 1810, representa una de las celebraciones más importantes para la Argentina. Esta efeméride habitualmente convoca festejos y actividades públicas para la ciudadanía en general, y moviliza emociones colectivas que vinculan a la sociedad con una narrativa de su identidad nacional.
Esta celebración comienza a consolidarse en las escuelas a partir de 1880, a través de actos conmemorativos, en los cuales es habitual que se incluya una representación de los negros y negras del periodo colonial. En efecto, los actos escolares del 25 de mayo son uno de los pocos espacios en los que la negritud circula para la memoria nacional Argentina. Habitualmente esta celebración se puebla de negros/as, y constituye casi que el único momento en que variadas imágenes e ilustraciones de la población de origen africano, circulan en el espacio escolar. Es así que estas imágenes y representaciones ocupan una parte importante de las actividades manuales y promocionales del acto, al punto que “el negro/as”, junto con la figura del cabildo, se ha convertido en ícono de estas representaciones escolares.
La construcción “del otro”. Entre el estereotipo y el borramiento de la explotación
La imagen que predomina en estos actos, es la del negro/a que cumple el rol de “esclavo” o criado, dando cuenta así del sistema de clasificaciones y jerarquías instituidas por el orden racial de la sociedad colonial. En la escenificación se destaca la alegría como expresión musical y gestual, es un personaje pintoresco que aparece cantando, risueño y en algunas ocasiones grita pregones relacionados con la actividad u ocupación desarrollada. Nunca aparece clamando por la libertad.
En la escuela se “fabrica un negro”, se construye un otro a partir del discurso hegemónico que lo sitúa como un personaje decorativo, pintoresco y espectador. Un personaje ajeno al relato fundante de la Revolución, que aparece celebrando episodios de los que “no es parte”. La representación escolar lo inserta en un ritual que invisibiliza, bajo una aparente neutralidad, las relaciones de poder y subalternidad en las que estaba inmerso.
Si bien es cierto que esta celebración escolar visibiliza la presencia negra en la argentina, debemos decir que omite hablar de la explotación y de la esclavización, priorizando una representación estereotipada y descontextualizada que reproduce una sola interpretación de la historia negra. Por ello entonces, al condensar un relato de nación hegemónico, en el cual los sectores subalternos son sólo espectadores, aminora el lugar de la población negra en una de las narrativas más importantes de la nación. “El negro/a” es incluido porque era parte de la sociedad colonial, aparece para crear un ambiente de la época o para mostrar un pueblo que respaldaba la revolución, tiene un rol paisajístico que da colorido y despierta simpatías en la celebración. Un negro festivo, alegre, gracioso y estereotipado, es el que continúa reproduciéndose cada 25 de mayo en la escuela. Esta representación muestra un límite que lo fija y lo expulsa porque simbólicamente construye una frontera entre el “nosotros argentino” y un “otro” “que ya no está”, que se incluye tan sólo de esa manera porque es algo que se le presume lejano. Ese límite hace posible seguir preservando la narrativa de nación blanca, de la “comunidad imaginada”, al tiempo que, simbólicamente envía al exilio a los “otros” que están “lejos de encarnar” la argentinidad.
Desafiando el racismo epistémico
En los últimos años, producto de la lucha de las organizaciones afrodescendientes, se han impulsado en el país, importantes reivindicaciones para esta comunidad. Una de ellas es la aprobación de la Ley 26.852 del 24 de abril de 2013, que establece el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los/as Afroargentinos/as y de la Cultura Afro”. La fecha conmemora el fallecimiento de María Remedios del Valle, una mujer negra que fue muy importante para los acontecimientos de la Revolución de Mayo. Remedios del Valle se vinculó como combatiente del Ejército del Norte, en lo que hoy representa el norte argentino y parte de Bolivia, entre 1810 y 1814, y luchó contra del ejército realista. Por su destacado desempeño, el general Manuel Belgrano la designó capitana del ejército y, en honor a su incansable labor en los ejércitos, los soldados la apodaban la “Madre de la Patria”.
Esta Ley también encomienda al Ministerio de Educación de la Nación que se incorpore dicha fecha al calendario escolar, y se promueva la cultura afro en los contenidos curriculares de todos los niveles del sistema educativo. La inclusión de la historia de los pueblos africanos y sus descendientes en el currículo escolar, es una oportunidad valiosa para impulsar nuevas representaciones sobre la población afrodescendiente, sobre su historia, sus saberes y sus aportes a la historia nacional en el espacio escolar. Más allá de la importancia de esta Ley, se mantiene el desafío de romper el eurocentrismo que ha predominado en el currículo escolar. Recordemos que la hegemonía de los conocimientos eurocéntricos se impuso junto al despojo y, en muchos casos, la aniquilación de otros modos de conocer y de habitar el mundo. El racismo epistémico es una relación de poder que impone la superioridad de una cultura sobre otra, y es nuestra responsabilidad generar estrategias para enfrentarlo. Hoy frente a la imposibilidad del acto patrio por la interrupción de la enseñanza presencial, ante la pandemia del COVID–19, nos preguntamos en qué medida la virtualidad abrirá nuevos abordajes y perspectivas, o si por el contrario servirá para continuar reproduciendo la representación de una historia sesgada.
Pensar una educación antirracista exige que la identidad, la historia y los aportes de los todos pueblos, que conforman la nación, sean valorados y visibilizados en el espacio escolar.
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