La pandemia nos impulsa de manera imperiosa a buscar modalidades de enseñanza que reemplacen la presencia simultánea de estudiantes y docentes en un mismo espacio físico. La distancia social obliga al aislamiento, no sólo no podemos juntarnos sino que cada uno tiene que estar casi inmóvil en su casa. Súbitamente, el régimen escolar y su pedagogía de la presencialidad se han convertido en inviables por un lapso indeterminado.
Hace tiempo que el régimen escolar de la presencialidad resulta insuficiente para la educación y no sólo porque su pedagogía viene siendo horadada por otros entornos tecnológicos -la escuela fue el entorno tecnológico del libro-, por el flujo de información de red, por la multiplicación de productores de información, por la sociabilidad en línea, sino también porque los y las jóvenes aceptan cada vez menos la reglas del confinamiento escolar tal como fueron aceptadas por generaciones pasadas y también porque la vida urgente de muchos y muchas que hasta hoy asistían a la escuela en virtud de las políticas recientes de expansión educativa, no acepta ni puede suspenderse en virtud de aquella promesa de futuro pronunciada por la escuela. No estamos hablando de urgencias del goce ¿banal?, fugaz en su consumo, sino de la vida como subsistencia cotidiana.
Desde hace quince años o más, la escuela secundaria en Argentina ha registrado este estado de cosas y ha reaccionado de diversas maneras. Para mencionar sólo algunas vinculadas con esta coyuntura: ha minimizado o suprimido la figura del “libre por inasistencias”. Para la mayoría de los marcos legales de educación en las provincias de la Argentina la escuela secundaria tiene la responsabilidad sobre el aprendizaje de los y las estudiantes, independientemente de la frecuencia y la regularidad de su asistencia. Como en tiempos de pandemia, pero desde antes. Como en tiempos de pandemia, desde hace algunos años la escuela tiene la obligación de poner a disposición el recurso de enseñar allí donde esté el o la estudiante (en la cosecha, en el hogar a cargo de tareas de cuidado, en el “cartoneo”, en Facebook) e interesarlo, interesarla, atraparlo, atraparla, y también disciplinarlos y disciplinarlas (de lo contrario no sería escuela). Desde hace varios años se ha acuñado la expresión “presencialidad asistida” para designar una pedagogía incipiente que acude a recursos móviles, modulares, a funciones de enseñanza tutoriales, a figuras docentes de acompañamiento a herramientas de educación en línea, muchas de las cuales en esta coyuntura son imperiosas y necesitan generalizarse.
En este escenario sabemos que hay situaciones cuyas dificultades se van a acentuar radicalmente: el “desenganche” de jóvenes frente a la escuela en tiempos ¿normales? seguro se está profundizando. La conectividad es costosa y no está disponible por igual para todos y todas (¿pueden hacer algo las empresas de telecomunicaciones para ayudar en esta situación, por ejemplo facilitar abonos, disponer de paquetes de datos gratis y a bajo costo para jóvenes en escolaridad?). Aun superado este problema es necesaria una coordinación, una logística y una descomunal tarea de reenganchar la red de relaciones sociales que tiene como base a la escuela. También estar muy atentas y atentos a escuchar, qué pasa y como se transitan las propuestas de enseñanza allí donde están las y los estudiantes reales. Hay un riesgo cierto (se han escuchado en estos días algunas voces de alerta) entre una pedagogía que se hace posible con recursos en línea y su deslizamiento hacia una (i)realidad virtual.
En estos días el Poder Ejecutivo Nacional exhibe una fuerte y ¿sorprendente? capacidad de coordinación de recursos: descentraliza las capacidades para realizar test del virus, realiza el inventario de cuántas camas y respiradores hay disponibles en todo el país, cuántos se necesitarán de acuerdo con la evolución de la curva según distintos escenarios, qué empresas y universidades pueden fabricarlos, cuánto tardarán, qué insumos necesitan, cuáles son sus costos, cómo pueden reducirlos. Convoca personal adicional. Contacta y moviliza a sociedades médicas de distintas especialidades, articula gobernadores, intendentes, ministerios, oposición y oficialismo. Al mismo tiempo que ejerce un fuerte control social, informa, comunica, está presente.
¿Es posible que el “sector educativo” se organice de una manera análoga para montar el gigantesco operativo de educación no presencial que se necesita? Seguramente sí y ya lo está haciendo. Las administraciones de distritos educativos pueden conocer de manera bastante aproximada cuáles son las escuelas que están conectadas con sus estudiantes y quiénes entre ellos y ellas necesitan mayor asistencia. Hace mucho que directivos y personal de supervisión está conectado por WhatsApp y otras redes para atender situaciones diversas. Es posible conocer la disponibilidad de los y las estudiantes y determinar qué y cómo trabajar con quienes están conectados y tienen recursos disponibles y, al mismo tiempo, cómo alcanzar e integrar a aquellos y a aquellas jóvenes con menos acceso a recursos. Se trata asimismo de otras formas de “agrupar” estudiantes, algo que se viene predicando, ensayando y evaluando desde hace un tiempo en las escuelas.
¿Se necesitan recursos pedagógicos? Existen portales oficiales y no oficiales con una enorme cantidad de recursos, en los últimos quince años y más se ha producido mucho. Naturalmente su existencia no implica su disponibilidad inmediata. ¿Qué recursos compartir? ¿Cómo coordinarlos? En el estado y en el sector privado hay capacidad suficiente para resolver este problema.
¿Se necesitan recursos humanos? En el nivel nacional, a lo largo de sus gestiones, el Instituto Nacional de Formación Docente (INFoD) ha venido desarrollando cursos en línea para los y las docentes. En varias provincias hay áreas y unidades de formación continua que vienen desarrollando también opciones de pedagogía en línea. Las universidades, muchas del conurbano bonaerense con departamentos de educación, están en contacto con escuelas y autoridades educativas locales. Toda esta ¿red? de expertos y expertas en pedagogía y en pedagogía en línea, seguramente estará disponible para acompañar a docentes en su tarea de desarrollar una acción pedagógica acorde a estos tiempos.
La súbita imposibilidad de compartir espacios colectivos de presencia contigua a la que nos obliga la pandemia nos toma en un momento en que todavía la escuela no ha desarrollado una pedagogía complementaria a la de la presencia que hace tiempo aparece como necesaria. O tal vez debería decirse, lo ha estado haciendo de manera desigual y segmentada (como la sociedad, por otra parte, en otros “rubros”). Al mismo tiempo, la tendencia dominante a pensar la escuela desde la disponibilidad tecnológica y desde un funcionamiento ideal, sólo nos muestra la distancia de ese ideal y nos distrae del saber y del pensar dónde estamos verdaderamente parados y con qué recursos contamos. Como esos ejercicios distópicos con los que nos desafiaban a quienes estudiábamos educación con preguntas del tipo ¿qué pasaría si de un día para el otro los adultos desaparecieran de la faz de la tierra y sólo los niños subsistieran?, hoy nos encontramos con esta otra, no ya pregunta, sino escena real ¿qué pasaría si un día no pudiéramos salir de nuestras casas e ir a la escuela? Ok. Ahora está pasando. Tenemos recursos para afrontarlos ¿muchos, pocos, adecuados? De todo un poco. La acción y la coordinación los multiplica y mejora.
Una cosa más: se oye mucho en estos días que no tenemos muy claro cómo será el mundo cuando se salga de la pandemia. Es cierto, pero algo sí sabemos: de lo que hagamos ahora ese futuro no es indiferente.
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